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El principio de Arquímedes

Nùria Parlón, alcaldesa de Santa Coloma de Gramanet.

La polarización política no toma prisioneros. Que la crisis en Catalunya esté obligando a los partidos a posicionarse es algo que no puede negar nadie. Y para algunos partidos este posicionamiento resulta más sencillo y natural que para otros. Mientras que las formaciones independentistas y constitucionalistas como el PP o Ciudadanos se mueven como pez en el agua ante la polarización existente, a otras formaciones, tradicionalmente más equidistantes y empáticas en la guerra cultural entre nacionalismos, los embates de las olas tienden a hacerles zozobrar. Son los casos de Podem y el PSC, a los que la actual crisis catalana no les ha sentado demasiado bien, al menos de puertas para adentro.

Dante Fachin y Podem


Lo ocurrido en Podemos Catalunya se venía venir desde hace tiempo. La secretaría general del partido morado siempre ha sabido que Euskadi y Catalunya son feudos en los que su defensa del derecho a decidir les granjea muchas simpatías y votos. Por ello, han hecho bandera de esa reivindicación y la han hecho extensible a su ideario político estatal. Podemos siempre ha sido claro en su defensa del derecho a decidir y en su posicionamiento negativo ante la independencia de Euskadi y Catalunya. Dicho de forma sintética, Podemos es un partido soberanista no-nacionalista. Es un posicionamiento raro y original (con el permiso de IU) en la geografía de partidos, pero comprensible y perfectamente lógico. Sin embargo, la deriva independentista catalana y su hoja de ruta unilateral ha creado un problema en este molde, a priori, sencillo y polivalente.

Y es que el Podem de Dante Fachin decidió apoyar al bloque independentista en su consulta del 1 de octubre. Desde Madrid se interpretó ese apoyo como una interpretación del referéndum en clave de movilización. Su alcance no sería tanto vinculante como expresivo y cercano al de una manifestación. Claro, hasta que los independentistas se tomaron en serio sus resultados... Ahí se generó una tensión radical e irresoluble en el seno de Podem.

Dante Fachin entendió ese referéndum como un acto legítimo de desobediencia ante una ley, la Constitución Española, considerada injusta. A pesar de no ser partidario de la independencia, sí era partidario de considerar legítimos los resultados extraídos de ese referéndum. Eso chocaba abruptamente con los posicionamientos de Iglesias y los suyos, que entendían el referéndum casi como un juego democrático, una movilización a favor del derecho a decidir.

Dante Fachin y Pablo Iglesias en un acto de Podem en Badalona.

Para entonces la quiebra en Podemos ya se había hecho sentir. La sustitución de Carolina Bescansa en la comisión para el estudio de la reforma constitucional evidenció la fractura en el seno de la formación morada. Bescansa, partidaria de un discurso más centrado en España que en Catalunya, fue crítica con la actitud de la secretaría general, que en su afán de defender sus intereses en Catalunya, veía como se escapaban por el sumidero numerosos votos en el resto del estado.

El pleno en el Parlament del 27 de Octubre en el que se proclamó la República catalana fue la gota que colmó el vaso. Los votos en blanco de algunos miembros de Podem en aquel pleno, saliéndose de la disciplina de voto de CSQP, sumados a la propuesta hecha por Fachin un día más tarde de organizar un frente de izquierdas y soberanista para el 21-D, hicieron que la dirección del partido en Madrid impusiera orden en el gallinero.

Hoy, un día antes de que se conozcan los resultados de la consulta que la dirección de Madrid ha hecho a los inscritos en Podem en torno a si desean reeditar una coalición como la que supuso CSQP en 2015, Fachin ha dimitido. Ha dimitido tras el anuncio de 20 inscritos de Podem, representantes de 90 de los 121 círculos existentes en Catalunya, de dar su apoyo a Fachin. Su dimisión deja al partido morado herido ante unas elecciones que se les presentan adversas por el clima de polarización existente.

El PSC y su sector catalanista.


Si en Podemos la crisis catalana ha desestabilizado sus estructuras internas, otro tanto ha ocurrido con la división catalana en el PSOE. La victoria de Pedro Sánchez en las primarias con un énfasis marcado en las políticas sociales, la crítica al establishment y la defensa de la plurinacionalidad ha ido diluyéndose poco a poco. Se evidenció en el rechazo a presentar una moción de censura al ejecutivo que permitiese un gobierno alternativo. Y se puso negro sobre blanco cuando le ofreció su apoyo a Rajoy en la aplicación del 155, a pesar de que antes había rechazado esa opción. Todos estos cambios de rumbo se han cobrado un reguero de dimisiones.

El primero en caer fue Josep Batet, ex-concejal del PSC en Valls, que en las vísperas del 1 de octubre anunció que dejaba el partido para poder votar aquel día con la conciencia tranquila. El 21 de octubre, coincidiendo con el apoyo explícito del PSOE a la tramitación del 155, Nùria Parlón, alcaldesa de Santa Coloma de Gramanet, abandonaba la ejecutiva nacional del PSOE por discrepancias con la dirección del partido. El mismo día, Joan Majó, a la sazón ex-ministro de Industria con Felipe González, abandonaba el PSC por idénticos motivos. Un día después dimitía Xavier Vera, secretario de organización del PSC en Manresa. El 2 de noviembre Jordi Ballart dimitía de su puesto como alcalde de Terrasa y rompía el carné del PSC. Al día siguiente, Noel Duque, Lluïsa Melgares, Rosa María Ribera, Maruja Rambla y Jordi Flores seguían a su alcalde y dimitían de sus puestos como concejales. El 4 de noviembre la ex-diputada al Congreso Esperança Esteve dejaba el PSC por discrepancias con la dirección. El mismo día históricos del sector catalanista del PSC como Jordi Font, Laia Bonet, Jaume Bellmunt o Raimon Obiols, entre otros, publicaban un manifiesto en el que pedían la libertad para los presos por responsabilidad política.

Militante socialistas catalanes en el año 1977.

Poca broma porque el PSC siempre ha tenido un sector catalanista que ha sido fundamental en la vertebración de Catalunya tanto internamente como en su relación con el resto del Estado. El apoyo a las políticas de inmersión lingüística llevadas a cabo durante el pujolismo, básicas para posteriores acuerdos de gobierno en Madrid con Convergencia, o la elaboración del Estatut de 2006 durante los años de Pasqual Maragall al frente de la Generalitat dan fe de ello. Por ello, la capacidad histórica del PSC para lograr grandes consensos de país está fuera de toda duda.

No obstante, este espíritu conciliador con el catalanismo se ha venido poniendo en tela de juicio por la dirección del partido en Madrid por entender que perjudicaba sus intereses electorales en el resto de España. La imagen más palmaria de este hecho ocurrió el 16 de enero de 2013, cuando tres diputados del PSC decidieron votar a favor de una resolución en el parlament en la que se pedía la transferencia de competencias, entre ellas las de organizar referéndums, en contra del criterio de la dirección federal. El PSC no acabaría expulsando a sus tres diputados, pero la crisis desembocaría en el abandono del PSC por parte de Joan Ignasi Elena, uno de los tres diputados. Llueve sobre mojado, por tanto.

Distinto impacto mediático.


Si algo demuestran las actuales crisis de los partidos llamados a ser mediadores en el arco político catalán es que son almas gemelas, que uno es la imagen en diferido del otro. Podem, fiel a sus principios socialistas y por ventura regionalistas, repetiría las confrontaciones históricas del PSC respecto a su dirección federal. Esta comparación puede que sea injusta con la dirección de Podemos en tanto en cuanto el poso ideológico del partido morado es más tolerante y permisivo con sus divisiones locales. Pero también hay que reconocer que las transgresiones producidas en el PSC parecen juegos de niños comparadas con las de Podem. O tal vez, proporcionalmente, no.

Más allá de esa cuestión hermenéutica, y sin duda más interesante desde el punto de vista coyuntural, es lo llamativo que resulta el distinto impacto mediático de las actuales dos crisis. Mientras que lo de Podemos parece poco menos que el incendio de Roma en tiempos de Nerón, lo del PSOE se presenta en los medios con la indiferencia del que explica que los bordes de la pizza que tenía en el horno se han quedado un poco negros y que "lástima" pero que "ya nos saldrá mejor la cosa la próxima vez", "de todo se aprende", "nadie es perfecto" y "tampoco exageres, que aún se deja comer."

Ingenuamente, uno podría tener el siguiente hilo de pensamientos: la vorágine informativa, los tiempos históricos en los que nos encontramos, hacen que cada pequeño detalle de cada pequeña noticia relacionada con la crisis catalana se amplifique y cope todas las portadas. Las crisis en el seno del PSC y Podem responden a esta lógica, pero de una manera periférica, tangencial. Como partidos tendencialmente equidistantes, potencialmente mediadores, no centran la atención de los dos grandes adversarios en liza, el catalanismo y el españolismo. Y, en esa medida, tampoco captan la atención de los medios de comunicación satélites de esas dos corrientes. Que este razonamiento es ingenuo lo demuestra el hecho de que, como hemos dicho, la crisis de Podemos ha recibido más publicidad que la del PSC. Pero si el razonamiento anterior es estructuralmente correcto, lo único que nos queda es despejar el error.

Y el error no consiste en otra cosa sino en considerar al PSC, como rama del PSOE, un partido tan equidistante como Podem, como rama de Podemos. Es tan evidente que cae por su propio peso, pero, por si acaso, lo formularemos explícitamente: si la crisis del PSOE no ha recibido mayor eco mediático entre los medios de Madrid es simple y llanamente porque a los medios de Madrid no les interesa debilitar a un partido que defiende sus intereses, esto es, su nacionalismo español.

"Un momento, un momento", podrá decir alguien. "¿Es que acaso a Podemos no le acusan también de ser nacionalista español cuando defiende su negativa a defender la independencia?" Es cierto, y ese es el efecto básico de la polarización, la estupidización del juicio, que hace que a un mismo partido se lo observe bajo prismas radicalmente distintos según quien sea el observador. Al final, lo que decanta la balanza, la cuestión fundamental, es el derecho a decidir.

Un nacionalismo enmascarado.


Todos los nacionalismos son, con sus pequeñas diferencias, iguales. Todos parten de un conjunto de relatos que se cuentan a sí mismos y con los cuales tratan de dar cuerpo a un orgullo patriótico que cohesiona y vertebra a la sociedad. Todos se construyen frente a un enemigo, un otro, al que de algún modo tienen que vencer. Y todos tienen una serie de aspiraciones que funcionan como fines u objetivos en su madeja ideológica.

En el caso del nacionalismo catalán, las aspiraciones estarían claras: la defensa de una lengua vernácula amenazada por el centralismo franquista, el enaltecimiento de un patrimonio cultural e histórico propio, la independencia territorial. En el caso del nacionalismo español, ¿cuáles serían esas aspiraciones? Parecería que las cuestiones culturales ya estarían cubiertas y la independencia territorial en este caso no tendría sentido. Así pues, ¿qué es lo que haría moverse a la acción al nacionalismo español? Mi respuesta: la defensa, y no la construcción, del territorio propio. Es de cajón, pero a veces se nos olvida que la respuesta la tenemos delante de nuestras narices.

Juan Carlos de Borbón firmando la Constitución de 1978.

Lo que hace fascinante, en ese sentido, al nacionalismo español, así como al de muchos Estados-Nación ya constituidos, es el hecho de enmascararse a sí mismo. El nacionalismo español está enmascarado porque no ha tenido que pelear la defensa interna del territorio. No ha tenido que salir a la calle a manifestarse ni a pelear la defensa de su patrimonio territorial. Sus aspiraciones no son conquistas que tengan que producirse y, por ello, tengan que mover a sus correligionarios a ensuciarse las manos. Esto resta épica pero dota de respetabilidad a su discurso. El nacionalismo español, por el contrario, logró su conquista desde el preciso instante en el que se aprobó la constitución de 1978. Y lo hizo fundamentando aquella, pilar de toda la legalidad, en la indisoluble unidad del territorio. Esa fue la gran victoria del nacionalismo español, su gran conquista, aquella que lo dotaba de un aura de respetabilidad y lo enmascaraba indefinidamente hasta que la amenaza surgiese en algún momento del interior de sus fronteras.

Pero las amenazas surgieron, vaya si surgieron. Primero el Plan Ibarretxe; y ahora el Procés. Al primero se le rechazó limpia, elegante, respetablemente a través del congreso de los diputados. A través del decoro de la ley. Pero con el segundo, más díscolo, ha habido que usar otras técnicas. Algunos dicen que previstas en la constitución; otros fruncen el ceño y no lo tienen tan claro...

El principio de Arquímedes.


Y en esas estamos. El distinto impacto mediático que han recibido las crisis del PSOE (PSC) y de Podemos (Podem) responde al hecho de que ha interesado silenciar una y amplificar la otra. Porque ambos partidos, pese a sus semejanzas, son radicalmente diferentes. Porque uno defiende el derecho a decidir, y pone en cuestión la conquista más preciada hecha por el nacionalismo español, y el otro no. Porque uno pretende destruir ese nacionalismo, mientras que el otro ayudó a construirlo. Porque uno quiere entender la españolidad en términos post-nacionalistas, y el otro quiere dejarlo todo como está. Porque uno es Podemos y el otro es el PSOE.

Por eso, las dimisiones en el PSC no han tenido mucho eco, para no dañar la imagen de un partido que con esas pérdidas mejora a ojos del establishment mediático, pues contribuye a que el bloque monolítico sea más persistente. Y la persistencia aquí no hay que entenderla como robustez ni como rocosidad. Más bien como flotabilidad, como la ganancia de empuje que consigues al quitar lastre. Como en el principio de Arquímedes.

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