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En defensa de la ética periodística

Ana Pardo de Vera en La Sexta Noche.

Estamos tan acostumbrados a que se transgredan las barreras éticas en el periodismo, que ya ni nos damos cuenta de cuándo ocurren esas transgresiones. Estamos tan acostumbrados a que los periodistas mientan, que es algo que damos ya por descontado. Que el periodista mienta es algo tan normal como que el político se corrompa, pensamos. Olvidamos, sin embargo, que estas conductas están lejos de ser el orden natural de las cosas, y si las aceptamos, es porque las hemos normalizado a través de la fuerza de la costumbre. Al igual que el limpiador de letrinas que ya no huele el olor a orina, nosotros ya no nos damos cuenta del sabor de la mentira. O nos damos cuenta, pero nos da igual. Por ello, gestos como el de Ana Pardo de Vera el pasado miércoles tienen tanto valor.

Los hechos.


El pasado miércoles, durante el programa de Ana Rosa Quintana en Telecinco, la directora del diario Público abandonaba el plató antes de que en él entrara a participar Eduardo Inda. Pardo de Vera había comenzado con normalidad su intervención en el programa, pero fue entrar el director de Okdiario y esfumarse. Muchos twitteros se dieron cuenta de la situación y le preguntaron a través de la famosa red social qué había pasado. La respuesta de la periodista gallega fue rotunda: "No comparto plató con sicarios de las cloacas. No vale todo, hay que ser coherentes".

La polémica se retrotraía al sábado pasado, donde ambos periodistas compartieron espacio para la tertulia en La Sexta Noche. Que La Sexta Noche se haya convertido en un gallinero es algo que sabemos muchos, razón por la cual dosificamos su visionado para que la burricie no se apodere de nosotros. Pero lo que ocurrió la semana pasada fue excepcional. En el contexto del debate acerca de las grabaciones al ex-ministro Fernández Díaz que desveló Público en las que se conspiraba contra la Generalitat, y tras las acusaciones a ciertos periodistas, entre ellos Inda, de participar en esas tramas donde la fabricación de pruebas estaba a la orden del día, Pardo de Vera relataba el archivo por parte de anticorrupción de la querella contra Trías por poseer una cuenta en Suiza. El meollo del asunto es que la información que daba cuerpo a esa querella, firmada por Eduardo Inda, Esteban Urreiztieta y Fernando Lázaro, había sido publicada por El Mundo a una semana vista de la consulta catalana de 2014, en un claro intento de restar apoyos al bloque soberanista, y tras una filtración sospechosa del ministerio de Fernández Díaz. Y a partir de ahí, Inda se desató. Empezó a atacar insistentemente a la periodista gallega con ataques personales, de una manera que a nadie ya sorprende conociéndole, desviando la atención de lo esencial.

Pero es que llovía sobre mojado. En julio de 2016 Pardo de Vera abandonaba también el plató de La Sexta Noche, programa del cual era una de las tertulianas habituales, por sus encontronazos, cómo no, con Eduardo Inda a cuenta de, precisamente, las grabaciones a Fernández Díaz y los ataques del periodista navarro a su persona.

Florentino Pérez y un efusivo Eduardo Inda.

Estos hechos, en mi opinión, generan un debate que creo que tiene cierta enjundia y que no creo que pueda solucionarse dando una respuesta sencilla. El debate giraría en torno al dilema de si la conducta de la directora del diario Público fue la correcta o no. Y en esto, como en cualquier dilema, hay división de opiniones. Ambas posturas girarían en torno a la defensa de los valores morales asociados a la profesión de periodista. En otras palabras, lo que comúnmente se conoce como ética periodística. La ética periodística abarca un código moral que, sucintamente, subsumiría dentro de sí valores como el de la veracidad, la honestidad, el respeto, etc. Valores que no podría traicionar jamás el periodista sin traicionar su condición y que quedarían contradichos por las mentiras y difamaciones a las que Eduardo Inda nos tiene tan acostumbrados. Procedamos, pues, a exponer las dos principales visiones sobre el asunto.


La postura de la dignidad y el boicot asociado a ella.


La primera de las dos posturas trataría de defender la conducta de Pardo de Vera y haría ver que es, ante todo, un gesto de dignidad y de repulsa moral ante lo que representa Inda como periodista. Las ideas de Eduardo Inda, en este sentido, serían defendibles. Lo que no sería defendible sería su conducta, su modo de defenderlas, el hecho de que para lograr su objetivo recurra a la mentira y a la calumnia. Habría en el curso de acción del periodista navarro una renuncia absoluta a los valores integrados en la ética periodística. Al no coincidir temporal y espacialmente Pardo de Vera con él, ésta le mostraría su desprecio como periodista y sentaría la primera piedra para que en la profesión su conducta se generalizase, estableciendo una suerte de boicot, de derecho de bloqueo a las malas prácticas del periodista navarro. Si eso ocurriese, el espacio ideológico representado por Inda no se resentiría, pues el banquillo de los suplentes estaría poblado de grandísimos periodistas de derechas capaces de tomar su relevo sin ensuciar la dignidad de la profesión.

Por esta razón, el boicot no sería solo un acto de dignidad de Pardo de Vera consigo misma, sino también de la profesión hacia sí. La profesión periodística, al boicotear a Inda, se recordaría a sí misma que no todo vale en el periodismo, que hay unos límites que no se han de transgredir si no se quiere poner en entredicho al colectivo. 

Pero incluso, yendo más allá, sería también un acto de dignidad hacia el sector ideológico representado por Inda. Si consideramos que Eduardo Inda se comporta como un bandido y que, al hacerlo, hace bien su trabajo al poner voz a las personas de derechas que no tienen un altavoz en los medios de comunicación, estamos asumiendo que esas personas moralmente son igual de nefastas que el periodista navarro. Y me resisto a llegar a esa conclusión. Considero que la derecha no es una ideología malvada en sí y que las personas que la siguen no son demonios disfrazados de personas. Considero que ellas también poseen argumentos potentes capaces de hacer reflexionar y que estos se ven guiados por su particular concepción del Bien y de los valores morales. En suma, no caigo en el maniqueísmo ideológico y, por tanto, concedo a los seguidores de la derecha un estatuto epistémico y moral igual al de los seguidores de la izquierda. Pero al hacerlo, me veo obligado a concluir que Eduardo Inda no puede estar representando correctamente a esas personas y que, por tanto, se está faltando también a su dignidad. Repito, me gustaría pensarlo, y a lo mejor peco de ingenuo en este punto concreto.

La postura pragmática y la combatividad asociada a ella.


La segunda de las dos posturas pondría el acento en que la conducta de Pardo de Vera fue un error y que al irse del plató, concedió una victoria muy importante al periodista navarro, una victoria que no podría permitirse conceder la izquierda en un contexto en el que la práctica totalidad de los medios de comunicación relevantes están dirigidos desde la derecha y en la que los periodistas de izquierda constituyen una minoría en los debates organizados por esos mismos medios. Bajo esta visión, la dignidad estaría muy bien, pero se la defendería mejor, más que huyendo, quedándose una a debatir y desmontar los argumentos del adversario. Es necesario dar la batalla de las ideas, ser combativa, y no tanto escudarse en algún ideal de dignidad que rehuye la acción y la guerra ideológica.

Naturalmente esta visión de las cosas es mucho más pragmática que la anterior. Concibe el mundo de una manera más realista y, posiblemente, no albergue demasiadas esperanzas acerca de que un boicot como el planteado en el punto anterior sea posible o realizable. Pues aún concediendo que la inmensa mayoría de periodistas no son bandidos, tampoco se les podría pedir que respaldasen un gesto como el hecho por Pardo de Vera, por la sencilla razón de que el periodismo es una profesión en la que los intereses cruzados son la norma y granjearse enemigos importantes puede ser contraproducente para el futuro de uno mismo. E Inda es alguien que, desgraciadamente, tiene bastante peso en la industria. Esta razón habla con más intensidad acerca de la libertad y la ausencia de ataduras con las que la periodista gallega obró, lo cual la honra. Pero al mismo tiempo presenta un mundo en el que la cooperación entre periodistas para alcanzar un fin loable no solo no sería tarea sencilla, sino que seguramente sería imposible. 

Un dilema de difícil solución.


Esta reflexión ha surgido a raíz de un debate en Twitter acerca de este asunto con la combativa twittera Alicia Sánchez. En la discusión, yo he partido del punto de vista idealista mientras que ella lo ha hecho desde el punto de vista pragmático. Lo cual es sorprendente pues, no es broma, me considero una persona bastante pragmática, en el buen sentido. Es decir, no acostumbro a dejarme llevar arrastrado por la visión del mundo Disney. No suelo dejar que algo así me nuble el entendimiento. Pero ahora mismo, y cuántas más vueltas le doy, sospecho que tal vez lo haya hecho. Sencillamente, el mundo real no es tan cristalino como para permitir una cooperación entre periodistas que haga viable el boicot a Inda. No hay que confundir deseos con realidades.

Con todo, me veo obligado a romper una lanza en favor de Ana Pardo de Vera. Puede que su gesto no suponga el acto dignificador del periodismo que me gustaría ver en él. A fin de cuentas, el mundo no es un lugar tan puro donde la cooperación periodística sea tan sencilla. Pero incluso admitiendo eso, el gesto de la periodista gallega sigue siendo dignificador, si bien no con el periodismo, si al menos en lo referente a sí misma. Y eso creo que sigue teniendo un incalculable valor y que habla a las claras de su integridad profesional y de su coherencia ética. Puede que su acción no sea el medio más adecuado para lograr el fin que persigue con él, denunciar a Inda, y que quedarse a rebatirle sea, en ese sentido, un acto mucho más provechoso para todos. Pero el gesto, a pesar de ello, sigue teniendo valor como fin en sí mismo: nunca deberíamos dejar que las circunstancias nos robasen la dignidad. Y eso incluye el escenario en el que las circunstancias se llaman "Eduardo" y se apellidan "Inda". Especialmente, diría yo.

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