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Chapuza provisional, tercera parte

Carles Puigdemont en la televisión pública belga.

Por fin llegamos a la última y definitiva entrada de la serie "Chapuza provisional", serie de tres artículos dedicada al auto de la juez Lamela. Si en el primero de ellos nos centramos en las dificultades para hacer encajar los delitos de sedición y rebelión en los hechos acaecidos durante los dos últimos años en Catalunya y en el segundo, por el contrario, fijamos nuestra atención en la improcedencia del decreto de prisión provisional para los acusados, en este tercer atículo centraremos nuestros esfuerzos en tratar de analizar las consecuencias políticas de la encarcelación de los ex-consellers.

El independentismo en barrena.


Cuenta hoy Enric Juliana en su columna de La Vanguardia las horas clave de aquel jueves 26 de octubre donde Puigdemont rompió negociaciones con el ejecutivo de Rajoy. Unas negociaciones inextricables por la plétora de mediadores: Urkullu, Santi Vila, Miquel Iceta, Pablo Iglesias, Rafael Ribó y hasta miembros de la Iglesia como Juan José Omella, Josep Maria Soler y Octavi Vilà. Todos trataron de poner su granito de arena para evitar el 155 y que fuera Puigdemont el que convocara las elecciones. Hasta la una del mediodía parecía que ese iba a ser el escenario. Sin embargo, todo se torció en algún momento. El twit de Rufián, los gritos de "Puigdemont, traidor!" en la plaza Sant Jaume de independentistas allí reunidos... No sé sabe qué, pero algo debió de hacer que a Puigdemont se le doblaran las rodillas. Y sea lo que fuere, la división interna en el bloque independentista no ayudó a tomar aquella decisión.

"From lost to the river", menos la CUP.

Una convocatoria electoral adelantada por Puigdemont habría supuesto su particular hundimiento personal y le habría regalado la campaña electoral a ERC, que se habría erigido en el bastión del independentismo frente al coitus interruptus representado por PDeCAT. Yo he sido de la opinión todo este tiempo que Puigdemont quería convocar elecciones anticipadas, y el único impedimento fue que no quiso asumir esa decisión él solo. A ERC la idea de socializar costes no le salía a cuenta, pues si había DUI, irremediablemente habría también 155, con lo que habría igualmente un horizonte electoral. Y ante un dilema que desembocase en elecciones sea cual fuese la decisión tomada, sería mejor acudir a esa cita con la hoja de servicios limpia. Es decir, a ERC le interesaban las elecciones, y ciertamente le interesaba que Puigdemont las convocase él mismo, pero de ningún modo le interesaría participar en ese anuncio, en esa traición al procés. Al contrario, les interesaba presentarse bajo el inmaculado relato de que fueron los que siempre quisieron la proclamación de la república, con el cual capitalizar todo el voto independentista. Ahí estaba su jugada maestra: mostrar un deseo de proclamación republicana ante la opinión pública deseando, en realidad, una convocatoria electoral, evitando el 155, pero sin ser ellos quienes la anunciasen. Estrategia win-win.  Quizá todo esto explique por qué al día siguiente, después de la proclamación (sic) en el parlament, los semblantes de Puigdemont y Junqueras eran tan adustos, indignos del clima festivo que se vivía entre sus correligionarios. Ninguno de los dos quería haber llegado donde finalmente llegó.

La conjetura de que la proclamación del viernes 27 de octubre no fuese más que el resultado de un choque de trenes interno (sin obviar las responsabilidades del Gobierno Central en lo acaecido, claro está), explicaría la división del Independentismo durante los días posteriores. Por un lado estaba Santi Vila, adalid de un independentismo moderado, legal, pactado... tranquilo. Su dimisión un día antes de la proclamación lo condenaba ante las bases de su partido, pero abría la puerta a un cambio de estrategia dentro de PDeCAT o a la fundación de un nuevo partido. Por otro, estaba el resto del PDeCAT, en una deriva independentista que abrazaban y hacían suya, pero que les enfrentaba a buena parte de las élites burguesas catalanistas, partidarias de otra hoja de ruta. Luego estaba ERC, coherentes en su discurso, gozando de la bonhomía de sus bases, pero temerosa del abismo que se abría a sus pies, conscientes de que comenzaba una fase con numerosos peligros. Y finalmente, las CUP, vencedores absolutos en este baile, su concurso resultó determinante en el devenir de los hechos. Querían mambo y lo consiguieron.

Pero es que la división interna del independentismo se vio acentuada, además, por el anuncio de Rajoy de que las elecciones autonómicas serían el 21 de diciembre. Ese anuncio pilló a todo el mundo a la contra. El independentismo daba por hecho una aplicación del 155 más rajoyina, menos presta a una intervención rápida, más dilatada en el tiempo. Que las elecciones autonómicas fuesen 54 días después de su anuncio, el plazo más corto posible contemplado por la ley, y yendo más allá de las tesis manejadas por el PSOE que, recordemos, hablaban de finales de enero, supuso una china en el zapato del independentismo. Tácticamente, porque una aplicación dura del 155, prolongada en el tiempo, jugaba a su favor en el relato de la opresión. Logísticamente, porque reducía su margen de maniobra para planificar coaliciones, candidaturas y, en suma, tratar de coser las heridas internas en el seno del bloque.

Y por si fuera poco, las primeras horas transcurridas tras la proclamación de la república catalana y el 155 pusieron de manifiesto la ausencia de un plan por parte de los independentistas para los momentos posteriores a la proclamación. A nivel simbólico, no se arriaron las banderas españolas de los edificios públicos. A nivel jurídico, el BOE publicado con las votaciones en el parlament no hacía mención explícita a la proclamación. A nivel institucional, se evidenció la ausencia de unas estructuras de Estado que debían haber sido creadas ya. A nivel internacional, el reconocimiento no llegó. Una república no se crea proclamándola como si fuese el hechizo de un mago, sino que es un proceso que abarca un conjunto de acciones muchísimo más vasto. La proclamación es el pitido inicial, pero luego queda jugar el partido. En resumen, aquellos días evidenciaron el pensamiento mágico en el que se había sumido el independentismo. Y cuando todo pensamiento mágico acaba, lo que queda es la realidad, esa cosa que a tus votantes puede que no les guste demasiado si les has estado contando otra cosa diferente de la que hay.

Disculpe, ¿me permite ayudarle a coser sus heridas?


Quizá por estas razones a tanta gente nos ha sorprendido el auto de la juez Lamela donde decretaba prisión incondicional para Junqueras y otros siete consellers. Una resolución que contrastaba con la decretada por el Tribunal Supremo en la causa abierta contra la mesa del Parlament. Políticamente no había necesidad de tomar esa decisión. Y sí, es cierto que los condicionantes políticos no tienen que influir a la hora de adoptar una resolución judicial, pues de lo contrario estaríamos ante una violación del principio de independencia jurídica, que es básico en una democracia con separación de poderes. Pero es que ni siquiera jurídicamente se sustenta con demasiada solidez la decisión adoptada.

Desde el punto de vista político, esta resolución cohesiona a los independentistas. Es como si la juez Lamela fuera donde ellos y les dijera con voz maternal, "tranquilos, ya os hago un favor, chicos". Esto puede resultar un poco cínico por mi parte desde el preciso instante en el que hay personas encarceladas por esa decisión. Pero es que para el independentismo como bloque político, más allá de las personas, éste es un curso de acción genial para sus intereses. Sutura sus heridas internas porque vuelve a poner sobre la mesa el relato de la opresión en una decisión que ha sido adoptada por un tribunal que no es el competente, que no respeta garantías básicas tales como un mínimo periodo para preparar la defensa y que adopta la prisión preventiva como medida restrictiva bajo un criterio no homologable al adoptado en otras causas.

Y mientras tanto, Puigdemont en Bélgica.


El viaje de Puigdemont a Bélgica fue entendido por toda la prensa ibérica como un acto de cobardía. Desde aquí ya anunciamos en la anterior entrada de esta serie que respondía a una estrategia, si bien tomada por cuenta y riesgo del propio ex-president, meditada y razonada con el fin de proporcionarse una defensa jurídica más solvente. Por lo que Puigdemont no huyó con el rabo entre las piernas. Por eso, cuando Lamela en su auto escribió el siguiente párrafo, tal vez pecó de vender la piel del oso antes de cazarlo: 

"Tampoco puede olvidarse el poder adquisitivo de los querellados que les permite abandonar fácilmente el territorio español y subsistir en el extranjero. En este punto, basta recordar el hecho de que algunos querellados ya se han desplazado a otros países eludiendo las responsabilidades penales en las que pueden haber incurrido."

Puigdemont en el centro internacional de prensa de Bruselas.

Lamela trató de justificar la prisión preventiva para Junqueras y los siete consellers prejuzgando el viaje de Puigdemont como un acto de elusión de sus responsabilidades con la justicia, lo cual respaldaría la tesis del riesgo de fuga. Sin embargo, y como se ha puesto de manifiesto, Puigdemont no estaba dado a la fuga, sino preparando una defensa capaz de mostrar desde fuera del sistema jurídico español las deficiencias del proceso penal al que se le quiere someter. Que esto es así lo prueba el hecho de que no ha pedido asilo político en Bélgica y que en cuanto ha llegado la OEDE emitida por Lamela, Puigdemont y el resto de consellers han pasado, por voluntad propia, a disposición judicial.

Por ello, después del estupor inicial de ver a Puigdemont en Bélgica, cual prófugo con su botín, en el mundo independentista empieza a entenderse la estrategia del ex-president. En primer lugar, porque internacionaliza el conflicto. Es cierto que ahora mismo la imagen de Puigdemont es bastante negativa internacionalmente. Pero la encarcelación de los consellers ha provocado que varias voces de cierto peso mediático internacional hayan echado un capote a la causa independentista. Y el tour mediático que se presupone emprenderá Puigdemont en las próximas fechas si finalmente el juez no le deporta mañana juega a su favor. 

Pero es que, en segundo lugar, empieza a verse su estrategia de defensa no como un abandono de los consellers encarcelados, no como un acto de cobardía, sino precisamente como la salvaguarda que hace posible en último término que se preserven los derechos de sus compañeros y, llegado el caso, que puedan salir de la prisión preventiva en la que se encuentran. Me parece de una miopía supina por parte de todos los estamentos del Estado no haberse apercibido de este detalle. Porque esto puede convertir en héroe a un Puigdemont que ya todos dábamos por amortizado, incluso los propios independentistas. Por esta razón, debió haberse sido más prudente con el auto.


Coaliciones y campaña electoral.


De todos estos detalles ya ha tomado buena cuenta Puigdemont, que ni corto ni perezoso anunció el viernes en la entrevista que concedió en la televisión pública belga que se mostraba dispuesto a comandar una candidatura para el 21 de diciembre. En el PDeCAT han recogido el guante y ya han anunciado que Puigdemont y el resto de consellers encarcelados irán en las listas que concurrirán el 21 de diciembre. También han hecho un llamamiento a ERC para reeditar una candidatura como la que protagonizaron en 2015 para aquellas elecciones "plebiscitarias". Desde ERC se han mostrado reticentes, y han contestado a la demanda del PDeCAT que solo concurrirán en una candidatura única si participa también de ella el partido de Colau.

No hay que olvidar que la fecha límite para presentar coaliciones termina este martes día 7, y que las listas con las candidaturas tienen que estar presentadas el día 17. En estas condiciones, el baile de movimientos y "proposiciones indecentes" es el lógico habida cuenta del escaso tiempo que ha habido para preparar posibles coaliciones. Pero el hecho de que en ninguna cábala esté presente ya Santi Vila, representante del sector moderado independentista, nos indica que cierta cohesión en el bloque independentista se ha producido. Y esta cohesión no es trivial.

Bajo la LOREG, la ley electoral que regula todos los comicios en España, la lista más votada es premiada con un reparto de escaños más barato que el que se produce en el resto de listas, con tendencia decreciente. Esto significa que si ERC y PDeCAT fuesen por separado, los votos de ERC, en tanto que lista posiblemente más votada, gozaría de las bondades de la LOREG, consiguiendo, proporcionalmente, más escaños por sus votos que el resto de listas. Sin embargo, si como parece PDeCAT resulta ser la cuarta o la quinta fuerza más votada, cada uno de los escaños que lograse le costarían más votos lograrlos que a la cuarta, la tercera, la segunda y la primera lista más votada. Por esa razón, esos votos cosechados por el PDeCAT valdrían más en una hipotética lista más votada. Y es por esa razón, para maximizar escaños, por lo que compensa ir en coalición. Naturalmente, presentarse en coalición tiene también costes. El más importante es la expulsión de voto. Una reedición de JxSí podría expulsar voto moderado y voto radical, por ejemplo. 

En mi opinión, si como parece las elecciones del 21 de diciembre van a ser presentadas por el independentismo como plebiscito contra el 155 y como validación popular de la república, el bloque independentista no puede no concurrir unido a esa cita. El alcance de esa unión es materia de discusión, y si bien a ERC le interesa más un bloque con centro de gravedad en la izquierda más que reeditar JxSí, como desearía PDeCAT, la sola presencia del debate en las horas previas al 7 de noviembre muestra que se ha producido cierta cohesión en el independentismo. Hemos pasado de una más que posible desbandada colectiva a una más que posible coalición. Y un responsable importante de ese acercamiento, de esa cohesión, ha sido el auto de la Juez Lamela. Por ello, políticamente, resulta ser también una chapuza.

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