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¡Detengan a la camiseta sediciosa!

Foto promocional con las nuevas equipaciones.

No tenía intención de hablar de la polémica surgida a raíz de la nueva camiseta de la selección española, pero no he podido contenerme al enterarme de que la Federación Española de Fútbol no descarta que el combinado nacional siga usando la antigua equipación ante las quejas del gobierno de Rajoy. Al parecer, el detonante del malestar habría sido el entusiasmo que reconocidos líderes de la izquierda habrían mostrado en redes sociales por la semejanza del diseño con los colores de la bandera de la segunda república. Tales habrían sido los casos de Pablo Iglesias y Alberto Garzón, entre otros. Al parecer, fuentes del ejecutivo habrían argumentado que ante el clima de inestabilidad reinante en Catalunya, lo último que se necesitaría sería otra polémica que dividiese al país. "No está el horno para bollos", han dicho esas mismas fuentes.

Dejando a un lado que la noticia no especifica quién está detrás de esas fuentes, con el amplio margen para el bulo que eso implica, lo cierto es que la nueva camiseta ha hecho aflorar la bilis de toda la caverna mediática, en un ejercicio bastante ridículo de indignaditis, pues, quienes reniegan de ella, ¿dejarán de celebrar los goles de la selección durante el mundial de Rusia? 

Un rápido paseo por la red nos muestra las reacciones de personalidades como Juan Carlos Girauta, Hermann Tertsch, Ana Rosa Quintana o Alfonso Ussía. Donde más se ha notado ha sido en twitter, donde una masa enfurecida ha vertido sus esputos en la cuenta oficial de adidas. De momento, su glamurosa presentación oficial ha sido suspendida y sustituida por una discreta y fugaz sesión de fotos, seguida de un rutinario entrenamiento. Solo ha faltado que se decretase una orden de busca y captura sobre ella.

Efecto óptico.


Lo divertido del asunto es que si uno mira de cerca la camiseta, ésta no contiene el color morado en ningún sitio. Todo lo más que tiene son unas franjas verticales de color azul oscuro que, al estar entreveradas con franjas rojas, producen la consabida apariencia de estar viendo una romboide franja morada a partir de cierta distancia. Por ello, la nueva camiseta se asemeja a los cuadros impresionistas, pues sus efectos en nosotros están en función de la distancia a la que los contemplemos.

Luis Enrique en una acción del partido contra Suiza del mundial de EEUU.

Pero más allá de eso, la nueva camiseta es un homenaje a la que vistió la selección en el mundial de EEUU de 1994. Aquella camiseta —de infausto recuerdo para los aficionados por las condiciones en las que nos eliminaron de aquel campeonato— poseía una franja vertical de rombos azul marinos franqueadas por dos franjas amarillas de idéntica composición a izquierda y derecha. Aquella camiseta seguía la heterodoxia en el diseño de la del mundial anterior, y escapaba de las tres franjas verticales que caían sobre hombros y brazos, sello de identidad de la marca alemana.

Lo trivial y lo importante.


Hay que reconocer que el responsable de dar el visto bueno al diseño de la camiseta no estuvo muy hábil. Cualquiera con dos dedos de frente podría haberse dado cuenta de que la polémica estaría servida. Y precisamente en ello reside el problema.

Y es que si algo pone de manifiesto esta polémica es que somos profundamente inmaduros, que nuestra democracia es a la idea de Democracia lo que un vino de Don Simón a la idea de Vino. Porque no es serio que en mitad de una terrible crisis territorial en Catalunya y coincidiendo con la publicación de los papeles del paraíso, el anuncio de la confirmación indiciaria de que Rajoy habría cobrado sobresueldos o la puesta en libertad bajo fianza de Ignacio González, el asunto de la camiseta fuera trending topic. No tiene nada que ver ni con los estándares democráticos que manejemos ni con la calidad de las instituciones del Estado. Tiene que ver con nosotros como ciudadanos y con nuestras prioridades como pueblo.

La política española lleva años pareciéndose a un sainete y, quizás, a una película de José Luis Cuerda. Nos equivocamos si escurrimos el bulto y señalamos a quienes ostentan el poder. Nos equivocamos si pensamos que con nosotros no va la cosa. Porque sí que va, vaya que si va. Otro asunto es que no nos demos cuenta porque estemos pendientes de otra cosa. Cada uno es libre de emplear su tiempo como desee. Pero apelar a la responsabilidad individual en estos asuntos es apelar a nuestro poder y a nuestra responsabilidad como pueblo. No hagamos dejación de funciones, porque de lo contrario el asunto de la camiseta será el enésimo episodio de ese drama nacional en el que se ha convertido España, que no es otro que el de la adopción de lo banal como seña de identidad. Y triste destino tendrá un país que no es capaz de diferenciar lo importante de lo accesorio, porque será llevado de aquí para allá por una banda de granujas.

Como de hecho está pasando.

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