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Post hoc ergo propter hoc

La torre Glòries, antigua torre Agbar.

Todos entendemos qué es la causalidad cuando se trata de fenómenos simples. Cuando vemos a un futbolista marcar un gol, no tenemos problema alguno en detectar que la causa de ello ha sido el chut o el cabezazo ejecutado unos instantes antes. El gol es consecuencia de alguna de esas dos acciones. Sin embargo, la causalidad no aparece en ninguno de los dos acontecimientos, ni en el chut, ni en la consecución del gol. La causalidad es ese concepto que no está en los hechos, pero que ponemos en ellos, o sobre ellos, para buscar explicaciones acerca de su ocurrencia. Es una especie de hilo mental que nos sirve para conectar hechos diferentes y mostrarnos a nosotros mismos la existencia de una cierta relación entre ellos, relación de dependencia, de necesidad de ocurrencia. Hay filósofos que han elaborado sutiles argumentaciones para afirmar que la causalidad no existe, pero la mayoría de ellos o bien defienden su existencia, o bien afirman que, en cualquier caso, es un concepto que juega un papel tan importante y central en nuestras explicaciones que descartarlo de ellas sería poco práctico. Simplemente, carecemos de sustitutos suficientemente fiables.

Dejando a un lado los problemas ontológicos que el concepto de causalidad o causación genera en ciertos contextos (causación mental, causación múltiple, etc.), debemos admitir que, en ocasiones, asumimos que ciertos hechos encierran una relación de causalidad sin, en verdad, hacerlo. Un ejemplo de ello sería considerar que el canto del gallo causa la salida del sol porque el sol siempre sale después de que el gallo cante. Otro ejemplo sería el del chamán de una tribu que que por medio de cierto ritual pretende que llueva, lloviendo a continuación. Los integrantes de la tribu atribuyen la ocurrencia del segundo hecho a la ocurrencia del primero, pero hoy en día sabemos que los fenómenos climatológicos responden a complejas causas físicas y no al poder de convocatoria que un chamán pueda tener. Simplemente, que algo ocurra después de otra cosa no implica que esa otra cosa sea su causa.

Los viejos latinos llamaban "post hoc ergo propter hoc" a este tipo de falacia o razonamiento incorrecto. Como en casi todo lo que tenga que ver con el mundo de la lógica hasta los siglos XIX y XX, esta falacia ya había sido expuesta por el fino bisturí analítico de Aristóteles mucho antes en un escrito titulado "Sobre las refutaciones sofísticas". Con el término "non causa, pro causa" describía aquellos fenómenos que no son causa, pero que se les trata como si lo fueran. La falacia "post hoc" sería el caso más común de este conjunto de razonamientos incorrectos.

Barcelona pierde la sede del EMA.


El 23 de junio de 2016 el Reino Unido decidía en referéndum poner punto y final a 43 años de integración en la Unión Europea. Las consecuencias de esa decisión fueron muchas —y algunas de ellas aún están por escribirse—, pero para lo que hoy nos interesa supuso el resorte necesario para que la Agencia Europea del Medicamento decidiera mover su sede de Londres. No tenía sentido que la EMA (por sus siglas en inglés), un organismo dependiente de la Unión Europea, permaneciera fuera del territorio comunitario. Por ello, se inició una competición para encontrar nueva sede. 19 ciudades presentaron candidatura, entre ellas Barcelona. La decisión quedaría en manos de la Comisión Europea.

Y este lunes se salió de cuentas. La comisión anunció que la ciudad que albergaría la sede de la Agencia Europea del Medicamento sería Amsterdam. Barcelona, que durante buena parte de la carrera por alzarse ganadora se ubicó entre las favoritas, fue eliminada en la primera ronda. La mayoría de medios de comunicación se lanzaron a conectar ese hecho con la crisis política catalana, y responsabilizaron al Govern cesado de lo ocurrido. Sin embargo, y a pesar de lo efectista del relato construido, esta conexión causal no es del todo atinada.

La torre Glòries.


La candidatura de la ciudad condal vertebró su proyecto en torno al fantástico edificio que supone la torre Glòries, anteriormente conocido como torre Agdal. La obra de Jean Nouvel es un edificio moderno, de original diseño, con un juego de sombras fascinante durante el día y una rutilante iluminación cuando cae la noche. Una de esas construcciones rebosantes de carisma que contribuye a dotar de personalidad a la ciudad que tiene el honor de albergarla. Un, a priori, fantástico escaparate para la agencia que, no obstante, si se lo analiza más de cerca, muestra algunos defectos estructurales y una endémica maldición por la cual, en apenas diez años, ha variado de dueños tres veces.

El principal defecto estructural que tiene la torre es su principal virtud estética: su original planta circular. En ese sentido, no se satisfacen las demandas de la arquitectura mínimamente funcional, pues su valor de uso, especialmente como edificio de oficinas, es bastante discutible. Una agencia burocrática como es la EMA, por ello, es difícil que encontrase un acomodo óptimo a tal singular estructura arquitectónica. De hecho, por sus instalaciones desfilaron el difunto diario gratuito ADN y la propia empresa Aguas de Barcelona, propietaria del edificio hasta 2013 y dadora del nombre en forma de apócope que recibió el edificio hasta entonces (torre Agbar). Hoy en día, en propiedad del grupo Merlin Properties, permanece vacío tras el fracaso de Emin Capital en conseguir reconvertirlo en hotel. Demasiados cambios de rumbo para un edificio que parece valer más como elemento paisajístico en una postal de viaje que para realizar cualquier tipo de actividad humana en su interior.

Barcelona no era tan favorita.


Como cuenta La vanguardia, en septiembre se hicieron públicos unos informes desde Bruselas en los que se valoraban las distintas candidaturas presentadas. Tal informe no era vinculante en modo alguno, sino solo informativo. La decisión final acabaría siendo política y estaría en manos de los comisarios europeos. Pero era un documento que ponía sobre el tapete las fortalezas y debilidades de las distintas candidaturas, y constituía un material objetivo de análisis para los Comisarios.

En el informe se valoraban las conexiones (carreteras, aeropuertos, etc.) que cada ciudad tenía, y mientras que la candidatura de Amsterdam obtenía una calificación de Excelente, las candidaturas de Barcelona y la de Milán obtenían una nota de Muy Buena. En cuanto al transporte público entre la sede y el aeropuerto, Amsterdam y Milán obtenían sendos Excelentes, mientras que Barcelona una modesta calificación de Buena. En el resto de apartados las candidaturas se movían en puntuaciones similares. 

Pero, y esto es algo que no se ha mencionado demasiado, Amsterdam ofrecía como principal reclamo una fiscalidad extremadamente competitiva con la que Barcelona no podía competir. Recordemos como muchas multinacionales construyen verdaderos entramados de empresas subsidiarias con las que consiguen desviar parte de sus ingresos facturados en el resto de países europeos hacia Holanda e Irlanda, países con cargas fiscales bastante bajas en el impuesto de sociedades. El famoso sándwich holandés sería un incentivo más que jugoso para que las principales farmacéuticas del sector deseasen que Amsterdam saliese elegida. Y todos sabemos el poder que los lobbies tienen en esta clase de decisiones políticas.

Y por si fueran pocas las facilidades fiscales, el gobierno holandés en su candidatura ofrecía un edificio totalmente nuevo, financiado por el gobierno de La Haya, y con ventajosas condiciones de alquiler. Condiciones contra las que no podía competir el alquiler de titularidad privada de la torre Glòries.

Además, KPMG, una consultora privada, realizó un estudio sobre las candidaturas participantes que publicó allá por mayo. En él, Barcelona no se encontraba entre las favoritas y por delante de ella se encontraban hasta siete ciudades. El informe de KPMG destacaba, aparte de las cifras demográficas y de paro, la primacía del gasto en Investigación y Desarrollo por parte de Amsterdam respecto a Barcelona. Otro criterio que tenía en cuenta el estudio era el número de publicaciones científicas de cada país, ítem en el cual Holanda doblaba a España. Y tanto en número de empresas biotecnológicas como en índice de percepción de corrupción la candidatura barcelonesa salía nuevamente mal parada.

Post hoc ergo propter hoc.


Es indiscutible que el procés ha tenido importancia en la decisión tomada, pero creo que es bastante dudoso que haya sido el principal motivo para que Barcelona se haya quedado sin la sede, y creo que no ha sido en absoluto la causa de ello. Al final, los principales interesados en llevar el EMA a Barcelona, más allá de la propia candidatura, eran los trabajadores de la Agencia, atraídos por el buen clima y la diversidad sexual existente en la ciudad. Pero la decisión no la tomaron ellos, sino la Comisión Europea. Y proyectar en su veredicto nuestros miedos y temores para explicar la situación solo evidencia la debilidad del relato presentado. Pues incluso en ausencia de procés es bastante dudoso que Barcelona se hubiese llevado el gato al agua. Y no tener en cuenta este hecho puede llevarnos a razonar incorrectamente, interesadamente o no. Ya saben, post hoc ergo propter hoc, que decían los viejos latinos.

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