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Un boicot absurdo

Tomate procedente de extremadura.

Es sorprendente lo persistente que puede llegar a ser el error humano. A pesar de la insistencia en las últimas semanas por parte de numerosas voces autorizadas de la opinión pública criticando el posible boicot a los productos catalanes, ya tenemos los primeros datos, y no son nada buenos. Leo a través de El Confidencial que el 23% de los españoles reconoce estar haciendo algún tipo de boicot a los productos catalanes. Es decir, casi uno de cada cuatro consumidores estarían dejando de comprar productos procedentes de Catalunya como castigo ante la deriva independentista.

El boicot como derecho ciudadano. 


Siempre he sido defensor de que las decisiones de consumo de los individuos son parte de sus decisiones democráticas. Nuestras decisiones de compra son algo que no deberíamos subestimar desde una óptica de empoderamiento democrático. A quién compramos o dejamos de comprar los bienes que consumimos es una decisión que no solo atañe a nuestro bolsillo, sino también al mundo que con ese gasto contribuimos a configurar. Un mundo en el que Nike, Zara o Massimo Dutti fabrican su ropa en plantas deslocalizadas en el tercer mundo por cantidades que suponen una décima parte del precio final que pagamos es un mundo que contribuimos a formar si decidimos comprar esas marcas. Que estemos de acuerdo o no con ese mundo determinará nuestras decisiones de consumo si no queremos padecer disonancias cognitivas. Por ello, creo en el boicot como instrumento ciudadano o democrático.

Ahora bien, defender el boicot al consumo como herramienta democrática dista bastante de defender cualquier iniciativa de boicot. En sentido estricto, el concepto de boicot al consumo es un concepto neutral. Su defensa en abstracto no conlleva defender todos los boicots posibles. Al final, la defensa o no de un boicot estará determinada por nuestras creencias, valores y, en suma, nuestra ideología, nuestra pequeña visión de las cosas. Por ello, habrá boicots que veamos positivamente y boicots que no. Pero incluso asumiendo eso, hay boicots que no se sostienen asumiendo las razones que se dan para defenderlos. Se trata de boicots absurdos, y el de los productos catalanes es uno de ellos, precisamente por la propia naturaleza de los "productos catalanes".

¿Los productos catalanes son realmente catalanes?


La respuesta corta es que sí, y es a la que se agarran los defensores del boicot en un razonamiento que puede ser esquematizado de la siguiente manera: el boicot a los productos catalanes se sustenta en la idea de que dejando de comprar productos procedentes de Catalunya, las ventas de las empresas catalanas verán reducida su magnitud. Al verse reducida la magnitud de las ventas, las empresas se verán obligadas a reducir costes, y eso se conseguirá despidiendo trabajadores. El desempleo que se genere de esta situación será un mensaje político de incalculable valor: la independencia no sale gratis. Y este mensaje hará que los ciudadanos catalanes independentistas se replanteen la conveniencia de su agenda secesionista.

El problema de este razonamiento radica en su misma base, en la creencia en que los productos catalanes son efectivamente catalanes en su integridad. Simplemente, esto no es correcto, ni mucho menos. La deslocalización productiva hace que un producto comercializado por una empresa radicada en Barcelona se produzca con base en plantas industriales deslocalizadas a lo largo y ancho de la península. Tomemos el ejemplo de una famosa marca de pizzas catalana.


A pesar de que la sede social y fiscal de esa marca esté radicada en Catalunya, los ingredientes no los fabrican a ellos, sino que se los compran a productores desperdigados por toda la geografía peninsular. El tomate puede ser extremeño, el queso asturiano o gallego, la aceituna andaluza, el jamón y el bacon murciano... Por lo que reducir las ventas de esa empresa es reducir también las ventas de las pequeñas y medianas empresas agro-ganaderas que a su vez dependen de las compras de la empresa objeto del boicot. En una economía globalizada, los boicots tienen consecuencias de largo alcance. Boicotear a empresas catalanas es también boicotear a empresas españolas. Por eso este boicot es absurdo, internamente inconsistente con su propia motivación de partida, pues ningún defensor del boicot a los productos catalanes querría que ese boicot se extendiese a empresas españolas.


Una disonancia cognitiva de carácter emocional.


Pero es que más allá del argumento económico, existe un argumento de carácter cognitivo para estar en contra de ese boicot. Los que lo defienden, lo hacen sobre la base de su deseo de que Catalunya permanezca dentro del reino de España. Y, al mismo tiempo, quieren limitar el boicot a los productos catalanes, no a los españoles. Sin embargo, al admitir esa diferenciación entre productos catalanes y productos españoles, están comprándole al independentismo la premisa de la diferencia esencial de Catalunya respecto al resto del Estado. Si los defensores del boicot fueran coherentes, no podrían defender el boicot ya que al ser Catalunya parte de España, irremediablemente los productos catalanes serían productos españoles. Y el boicot a los productos españoles claramente no es el objetivo perseguido.

Lo que pone de manifiesto esta disonancia cognitiva, no obstante, es la ruptura emocional que se ha producido en muchos españoles respecto a Catalunya. Aunque defiendan la necesidad de que Catalunya permanezca dentro de las fronteras españolas, emocionalmente ya no la consideran una más del territorio. Y este hecho debería preocuparnos porque retroalimenta dinámicas tóxicas como
las de la catalanofobia y la hispanofobia, que están en la base de todo el problema. La cuestión catalana, más allá del problema territorial que supone y que se muestra de forma evidente y superficial a la vista de todos, es ante todo un problema emocional y sentimental. Todo intento de solución del conflicto, si quiere aspirar a serlo por derecho propio, no debería desatender esta dimensión del problema. Es básica.

Un paso en la dirección correcta.


Por ello, me alegra ver que Mariano Rajoy se manifestase ayer en un acto de su partido en Catalunya en contra del boicot a los productos catalanes. No olvidemos que buena parte de su electorado es la que está siguiendo ese boicot, por lo que manifestarse en la dirección en la que lo ha hecho puede ser impopular a ojos vista de sus votantes. Una jugada arriesgada electoralmente, pero digna de elogio desde el punto de vista de la costura de las heridas, desde el punto de vista de la visión de Estado, que tanto les gusta mentar cuando conviene por Génova 13. Desde aquí se lo reconocemos y le aplaudimos por ello.

No le aplaudimos tanto, sin embargo, cuando pide a las empresas que retornen sus sedes sociales a Catalunya. No porque no sea positivo que lo hagan, que lo es, sino por el hecho de que lo pida él después de que su ejecutivo favoreciese ese éxodo a través del decreto-ley que facilitaba el cambio de sede exprés. Nadar y guardar la ropa en un asunto tan delicado siendo uno de los responsables subsidiarios de ese éxodo empresarial no es la conducta más honesta posible en este asunto.

En cualquier caso, la postura en contra del boicot y la petición a las empresas para que retornen a Catalunya supone un paso, tal vez el primero después de mucho tiempo, en la dirección correcta por parte del gobierno central. Desde aquí esperamos que no sea el único, sino el primero de una serie que contribuya a cerrar heridas y a cohesionar la comunidad catalana consigo misma y con el resto del Estado. De ello dependerá la solución al conflicto.

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