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El caso Weinstein


Como imagino que sabréis ya, una turbia historia relacionada con acosos y abusos sexuales en la meca del cine ha salido a la luz en las últimas semanas. Harvey Weinstein, uno de los productores de mayor éxito en la industria, ha sido acusado de esos delitos tras una investigación iniciada por Ronan Farrow. En el artículo publicado por Farrow en el New York Times, se presentaba una realidad terrible, la de que Weinstein habría estado gozando de su poder para abusar de numerosas actrices bajo la amenaza de arruinar su carrera —y esto es lo más espeluznante de todo— durante décadas.

Tras las revelaciones hechas por Farrow, un reguero de actrices han salido al paso confirmando de un modo u otro los hechos. Asia Argento, Mira Sorvino, Angelina Jolie, Rose McGowan, Cara Delevingne, Rosanna Arquette, Lupita Nyong'o o Ashley Judd son algunas de las más de 46 mujeres que hasta el momento han alzado la voz para denunciar los hechos. Lo más sorprendente de todo el asunto es que numerosos actores y directores han hablado para confirmar las acusaciones, diciendo que era vox populi en la industria, o que directamente conocían lo que ocurría. Entre ellos se encuentran Ben Affleck, Matt Damon o Russell Crowe. Algunos, como Quentin tarantino, han afirmado que "sabían lo que estaba pasando". En estas condiciones, ¿por qué nadie hizo nada? ¿Por qué ninguna de las afectadas alzó la voz? ¿Por qué se dibujó ese silencio cómplice entre todos?

Una estructura asimétrica de poder.


Pedro Almodóvar solía decir aquello de que "solo hay dos maneras de ganar un Óscar: Que Harvey Weinstein distribuya tu cinta o rezar mucho en la iglesia". Todo el mundo rió entonces con la greguería del director manchego, pero sus jocosas palabras escondían la existencia de puntos focales en la industria que debían ser necesariamente transitados por sus distintos integrantes —actrices, actores o directores— si querían triunfar. En las distintas autopistas que conectarían el anonimato con el estrellato, distintos funcionarios de peajes se encargarían de posibilitar el tránsito de un terreno al otro. Y Weinstein sería uno de ellos.


Esta estructura de cuello de botella está en la raíz del asunto. Podemos argumentar que Weinstein sea un depredador sin escrúpulos, pero esto por sí solo no es satisfactoriamente explicativo. Es evidente que Weinstein es un depredador, pero no podría haber materializado sus instintos de no haber gozado del acopio de poder con el que contó. El problema de Weinstein no fue su hambre insaciable, que también, sino la ausencia de contrapesos que equilibrasen ese poder. En definitiva, la total y absoluta impunidad.

Incentivos perversos.


Hay quien dirá que incluso con esa estructura asimétrica de poder, las mujeres que sufrieron acoso y abusos pudieron haber denunciado. Con ello, podrían haberse protegido a sí mismas y haber protegido a futuras víctimas. Creo que este argumento es válido, pero solo parcialmente. La responsabilidad individual implica dar un paso al frente, ser responsable de tus actos y tomar una decisión que crees correcta asumiendo los costes asociados a ella. Según este planteamiento, cualquiera de las actrices que sufrieron abusos por parte de Weinstein pudieron y debieron haber hecho algo al respecto. Esto, que se enuncia con sorprendente facilidad, es bastante más difícil de hacer. La razón es la existencia de incentivos perversos que disuaden a las víctimas de denunciar.

Actualmente, en este y en otros muchos contextos donde se producen abusos con estructura asimétrica de poder —de jefes a empleadas, por ejemplo—, el silencio se premia. Solo cuando pasa el tiempo y no hay nada que perder, entonces las mujeres llegan a denunciar abiertamente la existencia de esos abusos. El problema es que tampoco se puede pretender que una víctima, sin respaldo alguno, dando un salto al vacío enorme, decida arriesgarlo todo en pos de la justicia. La víctimas ni deben ser mártires, ni tienen por qué serlo. Por ello, solo cuando el silencio deje de premiarse, estaremos más cerca de hallar una solución al problema.

Sindicación y dilema del prisionero.


Una manera de dejar de premiar el silencio podría ser la creación de sindicatos que protejan los derechos en materia de integridad personal de las actrices. La voz de una denunciante puede ser ahogada en el ruido de los rumores, las habladurías o la ausencia de pruebas concluyentes si carece de respaldo, pero la cosa no es tan sencilla si se tiene una asociación detrás. Un pacto que asegurase la solidaridad mutua y la comunión de intereses entre las actrices, generaría la suficiente fuerza como para ejercer una legítima resistencia ante las estructuras asimétricas de poder descritas anteriormente. No obstante, esto requiere de un pacto, de un acuerdo entre las integrantes. Esta sindicación generaría beneficios para todas en términos de seguridad y justicia. Pero, y este es el lado malo, crearía escenarios representables bajo el clásico esquema del dilema del prisionero de la teoría de juegos.

El dilema del prisionero representa escenarios donde actores que por principio tendrían móviles egoístas, acaban teniendo incentivos para colaborar a pesar de que la ausencia de conocimiento sobre las intenciones ajenas puede llevarles a la traición. El artículo de la wikipedia lo explica con razonable profundidad. Aplicado al mundo cinematográfico, y suponiendo un escenario hipotético de abuso a dos actrices, si las dos colaboraran para denunciar a cierto productor, harían que su denuncia tuviese mucha mayor credibilidad que si solo una de ellas lo hiciese. Naturalmente, denunciar tiene costes, y seguramente ninguna de las dos consiga trabajar en la película a la que opositaban. Pero su confluencia de intereses podría permitirles trabajar en futuras películas de otros productores al tiempo que lograr justicia. En cambio, si una de ellas traicionase el pacto, conseguiría medrar en la industria, obteniendo el papel, pero al precio de arruinar la carrera de la otra compañera y mandar la justicia a paseo. La moraleja del asunto es que a pesar de que la solución matemática del problema sería colaborar, el miedo y la desconfianza nos pueden llevar a tomar decisiones subóptimas, esto es, a traicionar la justicia, en este caso.

El peso de esta objeción, sin embargo, se minimiza en el preciso instante en el que aumentamos el número de participantes en el sindicato. Si en vez de contar con la asociación de dos mujeres, contáramos con cuarenta, la situación sería bien distinta. Es bastante poco probable que las cuarenta decidieran traicionar a las demás, por lo que ello dotaría de mayor fuerza al colectivo y de mayores incentivos para la colaboración. Este intento de solución, más abstracto que otra cosa, va más allá de ir a una mera sindicalización actoral. Se trataría de crear sindicatos con los propósitos específicos para la protección de denunciantes de esta clase de abusos. Sindicatos de actrices. Sindicatos de mujeres, en último término

Sindicación espontánea y el efecto cascada de #Metoo.


A raíz del caso Weinstein, ha surgido en Twitter una iniciativa colectiva de carácter espontáneo cuyo fin es que las víctimas de acoso o abusos sexuales puedan comunicar sus experiencias. Creado por la actriz Alyssa Milano, el hashtag #Metoo había conseguido que más de 39.000 mujeres expresasen sus experiencias durante las primera veinticuatro horas.


Además, mientras escribo estas líneas, veo una nueva noticia relacionada con otro caso de abusos sexuales en la meca del cine: James Toback, guionista de Bugsy, ha sido denunciado en las últimas horas por casi cuarenta mujeres, actrices mayormente, por abusos cometidos en los 80 y en los 90. Parece que la impunidad empieza a desaparecer.

No obstante, hay que tener claro que estas movilizaciones colectivas siguen teniendo un enorme talón de aquiles: de momento, son retrospectivas y no solucionan el problema de la estructura asimétrica de poder. Con todo, soy optimista con ellas y confío en que poco a poco su carácter retrospectivo vaya desapareciendo. Nada impide que eso sea así, al menos sobre el papel. Todo cambio de mentalidades es un proceso que atañe a la tectónica más profunda de la sociedad. Es absurdo pensar que en este caso no vaya a ser así. La lentitud del proceso no debe hacernos creer que el movimiento no se produce. Los casos de Weinstein y Toback así lo prueban.

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