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La entrevista del morbo II

Évole y Maduro, delante de retratos de Simón Bolívar.

Nadie puede negar que no hubiese morbo por ver a Maduro la semana pasada. Después de años de ser el principal problema del país, había ganas por ver qué tenía que decir el problema de sus problemas. Y de los nuestros. De los suyos, Évole le preguntó y repreguntó, y consiguió que lo pasará mal en lo referente a la crisis económica. Y no es para menos. Dos días después de la emisión del programa, el martes 14, Standard & Poors anunciaba la entrada de Venezuela en Default por una deuda impagada de 200 millones de dólares —algo menos de lo que le costó Neymar al PSG, por poner en perspectiva los números—. En lo referente a la crisis política e institucional, sin embargo, Maduro salió más airoso, aunque es verdad que Évole se dejó temas en el tintero. De todo ello ya hablamos la semana pasada en una entrada en este blog. De nuestros problemas, no obstante, al final no se habló, pero se dejó la promesa sobre el tapete de que se tocarían en la segunda mitad de la entrevista. Pasemos, pues, a comentarla.

Alberto Garzón y Felipe González de teloneros.


No hubo esta vez tertulia con amables venezolanos a pie de calle. Tampoco repaso a la situación del país a modo de mini-documental. Por el contrario, y como ya adelantaba el spot promocional, los encargados de abrir la veda fueron Alberto Garzón y Felipe González, a priori escudo de Maduro y ariete de la oposición, respectivamente. Pero solo a priori, porque el líder de Izquierda Unida se salió de ese rol preestablecido.

Y lo hizo porque no defendió la gestión económica del mandamás venezolano y criticó la falta de medidas estructurales para que Venezuela escapara a la dependencia del petróleo, cuya caída de precios ha hundido su economía. Además, aunque afirmó que procedimentalmente Venezuela es una democracia, no lo sería en un sentido amplio que abarcaría la lucha contra la pobreza y la desigualdad, hitos en los que a juicio del líder de Izquierda Unida, el chavismo se habría quedado a medio camino. Sorprendió menos, empero, cuando dijo que la razón por la que se habla tanto de Venezuela en los medios serían los intereses económicos de las grandes empresas, cuyos márgenes de beneficio en el país latinoamericano se habrían visto mermados con la llegada de Chávez al poder. En esto, creo, estuvo comedido y creo que no del todo veraz ya que, si bien el interés de la prensa española en Venezuela tiene una larga historia tras de sí que cabe ser descrita bajo el planteamiento de Garzón, solo ha sido hasta la llegada de Podemos que esa presencia se ha multiplicado exponencialmente. En resumidas cuentas, el economista riojano adoptó un enfoque más ecuánime y no tan ideológico en la valoración de Maduro.

Felipe González fue muy duro con el presidente venezolano.

Quien no defraudó a sus seguidores fue Felipe González. Su valoración del gobierno de Maduro fue inmisericorde y no titubeó en acusarlo de dictatorial. Para ello se remontó a la victoria de la oposición en las elecciones legislativas de diciembre de 2015, y trazó un discurso con el que describió la convocatoria de la Asamblea Constituyente como un intento de despojar de sus potestades a la propia Asamblea Nacional, tildando de autogolpe la convocatoria de aquella. La derivada de todo esto sería la concentración de poderes. Pero, según González, Maduro aún tendría en su mano revertir la situación a través de cuatro vías de acción: reconocer el poder de la asamblea Nacional, liberar a los presos políticos, permitir la entrada de ayuda humanitaria en el país y anular la Asamblea Constituyente. Su conclusión, en cualquier caso, fue clara: totalitarismo tiránico autoritario antidemocrático. Vamos, que la deriva de los últimos tiempos habría convertido a Venezuela en una dictadura. Lo cual es curioso porque apostaría a que lleva diciendo eso mismo desde hace más de una década. El cuento de Pedro y el lobo...


La Asamblea Constituyente.


Poco más dio de sí este preámbulo. Hubiera sido interesante que tanto Garzón como González se hubiesen extendido más en algunas de las vicisitudes que atraviesa Venezuela, pero la entrevista mandaba. Entrevista que, por lo demás, siguió la tónica de la segunda mitad del programa anterior: un Maduro sobrepuesto a los envites de la crisis económica tras el cambio de tercio temático, tranquilo y afable, presto incluso a soltar gracejos; en su zona de confort, en definitiva. Puede que Évole pudiese haber hecho más por incomodarle (no estoy hablando de soltarle un puñetazo o insultarle, no esa clase de incomodidad), pero a pesar de ello fue capaz de cazarle varias veces en renuncios y contradicciones.

El primer tema que salió a la palestra fue, precisamente, la bifronte situación parlamentaria que vive el país, hecho que ya había señalado González en el prólogo. Maduro explicó que desde hace dos años la estrategia de la oposición fue la de llevar el conflicto a las calles, generando un escenario de pseudo-guerra civil insostenible. Ante ello, se vio obligado a convocar una Asamblea Constituyente el 1 de mayo de 2017 que devolviera la normalidad al país. Aquella decisión, sin embargo, estaría prevista en la Constitución bolivariana en su artículo 348. No sería ilegal o inconstitucional, por tanto. En cualquier caso, a la consulta electoral de la Constituyente no se presentó la oposición el 30 de julio, y esa es la razón por la que el partido oficialista de Maduro domina la nueva cámara. Évole le contestó que a pesar de ello, es raro que la nueva Asamblea no recoja toda la diversidad del país. Maduro replicó astuta o aunque poco creiblemente que la diversidad social sí está recogida, pues los pensionistas, los trabajadores, los indígenas, los afrodescendientes estarían representados. Todos sabíamos lo que Évole quiso enunciar: que lo que no está representada es toda la diversidad ideológica del país. Pero Maduro formulo también una réplica para esa objeción no formulada: si la oposición no está representada es porque la oposición no quiso concurrir a los comicios del 30 de julio. En cualquier caso, solventó, los resultados de la Constituyente han de aprobarse por referéndum, y esa será la oportunidad que tendrán para expresarse.

Naturalmente, los argumentos de Maduro fueron impecables en este punto, pero a muchos nos quedó la sensación de que nos hizo algún tipo de trampa. La convocatoria de la Constituyente fue de acuerdo al derecho venezolano, pero nos queda la duda de si también respetó el espíritu de las leyes venezolanas. Y esa es una cuestión que es de imposible contestación desde el otro lado del atlántico. En este punto, y en algunos otros, a Évole se le vio un poco muñeco de trapo ante las respuestas de Maduro. Y creo que él mismo fue consciente de esa sensación en varios momentos. Su desconocimiento de la realidad social, política y legal del país latinoamericano le impidió repreguntar y ser lo inquisitivo que habitualmente es.


Geopolítica.


Otro de los asuntos por los que Maduro es conocido, siguiendo la tradición chavista, es el de los exabruptos para marcar territorio en materia de política internacional. Preguntado por ellos, el presidente venezolano se defendió arguyendo que a él le da igual su imagen, que él está para preservar la dignidad de su pueblo y para defender su república de las injerencias extranjeras."El que respete será respetado. El que no respete será enfrentado." Así presentó Maduro su divisa básica en política internacional y así justificó sus salidas de tono y sus ataques a Macri, Trudeau, Rajoy y tantos otros. Objetivos loables logrados a través de medios discutibles. Es evidente que esa táctica le hace ganar dentro de sus fronteras los apoyos que pierde en el exterior. No creo que sea la estrategia más inteligente a largo plazo.

A continuación, Évole le mencionó a ciertos líderes mundiales a cambio de que Maduro los describiera en pocas palabras. Así, de Raúl Castro dijo "perseverancia, histórico"; de Merkel, "derecha recalcitrante"; de Putin, "líder en el mundo, líder de la paz"; con Emmanuel Macron no quiso mojarse y solventó la situación con un mero "está empezando, no lo conozco, no puedo opinar"; de Kim Jong-Un dijo "líder en su país". Évole reaccionó con perplejidad ante esta última descripción: "¿Y ya está, eso es todo?" No sorprendieron los halagos a Castro y Putin ya que de todos es sabido las buenas relaciones que mantiene el gobierno de Miraflores con La Habana y Moscú, ni tampoco el azote a Merkel o la ausencia de condenas explícitas al régimen de Pyonyang. Pero sí sorprendió la distancia con Macron y la ausencia de críticas basadas en planteamientos ideológicos.

Maduro y Putin comparten interés en que el precio del petróleo suba.

Hubo tiempo en este bloque para mencionar la contradicción existente entre el hecho de que EEUU sea el primer socio comercial de Venezuela al mismo tiempo que su principal enemigo político. Maduro explicó la paradoja: desde que la revolución bolivariana se implantó, las injerencias norteamericanas llevaron a que la relación con el gobierno de Washington pasara por sus horas más bajas, al mismo tiempo que sus relaciones con la sociedad civil norteamericana fueran las mejores. Esta explicación basada en la distinción entre el gobierno y la sociedad civil de EEUU resultó muy poco convincente ya que si algo es el gobierno de Washington es representante de los lobbies comerciales estadounidenses. La distinción planteada por Maduro, por ello, resultó muy endeble. Pero Évole no repreguntó.

España.


Tras las preguntas de política internacional, bastante superficiales, Évole sacó el problema de la libertad de prensa en Venezuela. Maduro argumentó que no habría ningún problema con ella, y que el 80% de los medios de comunicación serían opositores. Entonces Évole, hábil de reflejos, le repreguntó que cuándo tendría el líder de la oposición un programa en televisión, tal y como lo tenía de hecho él. Maduro río y respondió que cuando la oposición tuviera un verdadero líder. El periodista catalán, no contento, le preguntó que qué había entonces del cierre de emisoras de radio y cadenas de televisión. Maduro se limitó a argumentar que, como en todos los países, hay una estructura legal que lleva a revalidar o no los permisos de emisión. No ahondó en la explicación. Aquellos que querrían creerle tendrían motivos para considerar la respuesta suficiente, mientras que los que no estuvieran por la labor, considerarían la respuesta insatisfactoria.

Este breve interludio dio paso a la parte más interesante de la entrevista. Salieron a colación Rajoy y sus injerencias en la política interior del país latinoamericano, la campaña contra Podemos de la prensa española, los negocios con el gobierno de España y el respeto a la figura de un José Luis Rodríguez Zapatero, muy activo en las negociaciones entre gobierno y oposición para frenar la escalada de violencia, del que temía que sus buenas palabras pudieran perjudicarle en España. Bonito gesto éste último, consciente de la mala prensa que arrastra el propio Maduro en nuestro país, cuyas palabras podrían suponer un regalo envenenado para un  Zapatero que tras la crisis económica de 2008 no consigue levantar cabeza y poner en valor los éxitos de la primera mitad de su mandato.

Sobre Podemos, negó las acusaciones de que Venezuela hubiese financiado a la formación morada. Reconociou conocer personalmente solo a Monedero por sus trabajos en Venezuela y América Latina; a Iglesias solo por el Twitter. Y dijo del partido de la Complutense que es fruto del descontento de la sociedad española con su sistema de partidos. Dijo que a Podemos se le ha sometido a un proceso de estigmatización. Y hasta se atrevió a dar una colleja a la democracia española: "Fabricar estos bodrios comunicacionales no es propio de una democracia, es propio de una dictadura; es propio de pasado franquista del PP." Yo añadiría que a Podemos se le ha sometido a idéntico proceso al que se sometió a todo el 15M. El tiempo transcurrido ha traído un cierto blanqueamiento de aquellas reuniones espontáneas de la sociedad civil a lo largo y ancho de la geografía peninsular, pero no olvidemos que todos los medios del establishment atacaron con virulencia aquellas convocatorias. Podemos surgió de ese magma, y aunque se ha alejado de muchos de sus utópicos ideales, arrastró toda la mala prensa consigo. Eso también hay que tenerlo en cuenta.

Aznar y Chávez.

Tras esto, Évole volvió a sacarle encima de la mesa una disonancia cognitiva que esta vez el presidente venezolano no supo esquivar. Al igual que en el caso estadounidense, le formuló con perplejidad el hecho de que critique tanto a la Moncloa y al mismo tiempo haga negocios con ella. Ya no cabía el recurso a disolver la contradicción apelando a alguna suerte de instancia externa, como la sociedad civil. Ahora la contradicción se mostraba en todo su esplendor a través de los negocios que desde la época de Aznar en el gobierno se vienen haciendo para la compra de armas. Como le dijo Évole: "el capitalismo español sí le gusta".

Catalunya.


La cuestión catalana ya se había anticipado en el spot publicitario y, qué duda cabe, era la que más morbo despertaba. En el anuncio se mostraba a un Évole preguntando si reconocía la independencia de Catalunya y a un Maduro guardando silencio, pensando la respuesta. El presidente venezolano, no obstante, fue rotundo al defender que no quería entrometerse en los asuntos internos de España, y fue coherente con la propia defensa de independencia para el gobierno venezolano. Eso sí, defendió la vía política como cauce de resolución del conflicto. La respuesta era predecible, pero no por ello menos esperada. Había cierto morbo tras la fotografía de hace unos meses en la que podía verse a Maduro rodeado de activistas a favor de la independencia de Catalunya posando con la Estelada. Pero Maduro decidió ser prudente, e hizo bien porque Évole tenía un as en la manga.

El periodista catalán le preguntó acerca de cómo reaccionaría ante un intento de secesión en Venezuela y le mostró un vídeo de abril de 2014 donde anunciaba en la televisión venezolana la existencia de indicios de una posible conspiración para promover la secesión en varios estados venezolanos. Évole le reprochó que en aquella ocasión no se mostrara tan partidario del diálogo como entonces con sus secesionistas. "Nadie puede dialogar con quien quiera dividir un país... como Venezuela", respondió Maduro. La condición ad hoc que añadió al final de la frase no disfrazó la nueva disonancia cognitiva del mandatario venezolano y la semejanza con los planteamientos del gobierno español.


Religión, derechos civiles y el pajarito.


La recta final de la entrevista estuvo vertebrada sobre estos tres ejes. En el primero de ellos, Maduro no vio contradicción entre declararse cristiano y llevar a cabo políticas de izquierdas. Según su planteamiento, "la doctrina de Cristo es profundamente revolucionaria". Y es cierto que la doctrina de Cristo pueda serlo si nos ceñimos a los evangelios, pero no ocurre lo mismo con la doctrina construida alrededor de ella durante siglos y siglos por la Iglesia. Y es innegable que algunas políticas de izquierdas, progresistas y de defensa de ciertos derechos civiles básicos, entran en colisión con la doctrina cristiana.

Dos ejemplos de ello serían el matrimonio homosexual y el derecho al aborto. Sobre el primero reconoció que no se ha debatido en la Constituyente el asunto pero que él se mostraría partidario de su legalización. Tras la insistencia de Évole, no obstante, se lanzó a la piscina y prometió proponer llevar la medida a la Asamblea Constituyente para reflejar ese derecho constitucionalmente. Sobre el segundo no se quiso manifestar y argumentó que es un tema delicado para las mujeres, pero que las feministas venezolanas lo habían llevado a debate a la asamblea constituyente. Veremos qué ocurre.

Por último, Évole le recordó el vídeo con el que se conoció a Maduro internacionalmente, aquel en el que contaba que un pajarito se le había aparecido y le daba una bendición de parte de Chávez, y que causó tanta hilaridad internacionalmente. Maduro defendió su experiencia religiosa y la honestidad de haberla expresado en los términos en lo que lo hizo. Lo cual está fuera de toda duda. Sin embargo, no deja de ser cómico que el principal guerrero contra el imperialismo español abrace uno de sus principales subproductos: el misticismo religioso.

Recapitulando.


No hubo grandes sorpresas, al final, en la segunda parte de la entrevista. El morbo anunciado se redujo a un puñado de disonancias cognitivas, un cierto grado de prudencia y una dosis de institucionalidad que parece que los mandatarios aprenden cuando suben al poder. En este último sentido, la apelación a la ley en el caso de la convocatoria de la Constituyente o la negativa al diálogo con los secesionistas venezolanos, hicieron que se mostrara nítidamente el juego de semejanzas que comparten mandatarios tan diferentes, a priori, como pueden ser Rajoy y Maduro.

Y poco más, la verdad. El desparpajo de Maduro durante la segunda parte de la entrevista se acentuó respecto a la primera parte, y aunque su gracejo ralló lo cínico en algunos momentos, volvió a dar muestras de que la imagen proyectada por su figura en España estaba bastante distorsionada. Maduro resultó ser simpático e inteligente, por lo menos, en un grado mayor que el aparentado por anécdotas como la del pajarito o tres o cuatro frases combativas fuera de contexto. Se nos ha vendido la imagen de un mandatario que, como su predecesor, se ha servido de las técnicas oratorias más infames para ganarse el favor de su auditorio, en una especie de imagen simplificada del populismo más odioso. Esa visión, aún teniendo parte de verdad, no es del todo ajustada a la realidad, ni mucho menos. 

La entrevista de Évole, a pesar de no haber satisfecho todas las expectativas, sí ha tenido la virtud de ponderar y ayudar a ubicar más cerca de su lugar correcto a un personaje que ha sido demonizado hasta la saciedad. Y lo ha hecho porque nos ha permitido ver a un Maduro en el toma y daca del juego dialéctico, y no a través de declaraciones descontextualizadas de su nudo argumentativo. Esto, que parece sencillo y hasta cierto punto inane, tiene una gran carga de profundidad. Muchos de sus críticos, si han sido honestos consigo mismos, se habrán visto reflejados en sus argumentos para defender la unidad nacional, por ejemplo. Esta clase de traslaciones de los argumentos propios a los ajenos, y viceversa, contribuyen a humanizar al oponente, al vilipendiado, al demonizado. En este caso, a Maduro. Y por eso resultan tan interesantes para aquellos que entendemos la realidad como pintada a través de una amplia gama de grises.

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