Header Ads

El cuestionable mito fundacional español y una sospecha

Día extraño este doce de octubre que nos deja. La sucesión de acontecimientos producida en las conmemoraciones del día de la Hispanidad dejan un sabor difícilmente definible. Por un lado, la policía nacional ha vuelto a desfilar después de un cuarto de siglo sin hacerlo (a pesar de no ser una fuerza de seguridad militarizada) tras la invitación hecha ex profeso por la ministra de Defensa, Dolores Cospedal. Además, la afluencia al desfile se encuentra entre las más destacadas de los últimos años. El tradicional besamanos también ha sido especialmente concurrido, pero ha sido deslucido por la nota trágica de la jornada: el fallecimiento de Borja Aybar, piloto de las fuerzas aéreas que había participado en la jornada a lomos de un Eurofighter. El avión se estrelló a las afueras de Albacete en un accidente que por las condiciones climáticas y la experiencia del piloto, deja muchos interrogantes sobre la mesa cuyas respuestas ya veremos si trascienden a la opinión pública. Por ello, la tradicional demostración de músculo patriótico español ha quedado definitivamente enturbiada, a pesar de que todo parecía apuntar en la dirección opuesta.

Y es que no hace falta ser muy sagaz para leer el subtexto de la jornada, accidente trágico al margen. La invitación de Cospedal puede leerse perfectamente en clave de recompensa a la Policía nacional por los servicios prestados en Catalunya durante las últimas semanas. Al mismo tiempo, la afluencia masiva al desfile y el desbordamiento de personalidades en el tradicional besamanos suponen una especie de apoyo popular-súbdito tanto a la estructura del Estado como a Felipe VI en la cuestión catalana. Este apoyo, sin duda, constituye el hecho más reseñable de la jornada y supone la mayor demostración de fuerza en clave mediática que esta clase de eventos es capaz de proporcionar.

Un invitado inesperado.


Sin embargo, a últimas horas del día hemos conocido una reivindicación proveniente de alguien que no estaba invitado a las celebraciones. Ha hablado Nicolás Maduro. Ya saben, ese señor del que se habla mucho cuando no interesa hablar de lo que se va cociendo aquí y que desaparece misteriosamente de los tabloides cuando una de tus regiones de la nada te declara la Independencia ma non troppo. Pues bien, ese señor ha hablado.

Y lo que ha dicho no gustará a muchos, pues ha puesto el dedo en la llaga en una de las cuestiones fundamentales que afectan a la identidad española: su mito fundacional o, al menos, el mito fundacional que articula las celebraciones de la actual patria española, las celebraciones del día de la Hispanidad. Maduro ha exigido a Felipe VI "una indemnización histórica" para los pueblos indígenas por el proceso colonizador, el exterminio cultural y el genocidio perpetrado por "los Borbones". Dejando a un lado la cuestión de que la conquista de América se produjo bajo la dinastía de los Austrias, sus palabras no están desprovistas de razón. La España democrática, constitucional y moderna nunca ha hecho una declaración institucional condenando aquel proceso colonizador. Muy por el contrario, ha venido celebrando la conmemoración de esa conquista todos los doces de octubre en una conmemoración que el año que viene cumplirá cien años.

¿Qué es lo que se celebra? Un mito equívoco.


Los defensores de las celebraciones del día de la Hispanidad ponen el acento en la españolización de América, entendida como lo fue la romanización de Europa en tiempos del Imperio Romano. Esto es, en la transferencia de capital cultural, religioso y humanista de los españoles hacia los pueblos indígenas. Parte de la aprobación de este relato ingenuo vino desde el otro lado del atlántico por parte de una clase dirigente que comulgaba con él. Con un pequeño matiz: era la clase dirigente criolla que se sentía más afín al pueblo europeo, al que contemplaban como aspiración y horizonte, por oposición a unas masas indígenas a las que gobernaban con desprecio y de las que no querían saber nada. Con razón el día de la Hispanidad, en tiempos de Franco, fue denominado como el día de la Raza...

Por oposición, en las últimas décadas, y como consecuencia del proceso de empoderamiento que han venido experimentando las clases indígenas latinoamericanas con ayuda de la interpretación de la historia procedente de las distintas escuelas marxistas, ha emergido un relato nada cómodo para la visión anterior, pues no se limita a repetir los tópicos de la tradicional leyenda negra española. Este relato se circunscribe dentro de las críticas al colonialismo europeo.

Grabado de Theodore de Bry para la Historia de la destrucción de las Indias

Por tanto, existen dos visiones contrapuestas y enfrentadas sobre la misma cuestión. Una acomodaticia y en exceso exculpatoria de los desmanes del proceso colonizador, por oposición a un relato crítico de la España imperial. Esta confrontación, lejos de ser trivial, supone un cuestionamiento radical de la identidad española. ¿Puede alguien en el siglo XXI sentirse copartícipe de los éxitos de aquella campaña conquistadora que se produjo en el siglo XVI? ¿Se justifica el genocidio cultural de aquellos pueblos por la transferencia religiosa y de conocimientos realizada en esas tierras? Y la madre de todas las preguntas: ¿podemos sentirnos moralmente orgullosos de ello?

Nosotros contra un ellos.


Para contestar esas preguntas es interesante echar un vistazo a los casos de Francia y EEUU, dos países cuyo patriotismo está fuera de toda duda. Los primeros construyeron su mito fundacional moderno no en la Francia del rey sol, sino en la de la Revolución Francesa. Y aunque la revolución francesa no fue un relato de vino y rosas, representa mejor que otro hecho histórico el paso de la mentalidad medieval a la mentalidad moderna, el paso del Antiguo Régimen a la Modernidad. La Libertad, Igualdad y Fraternidad sobre la que se construyó aquel mito siguen siendo los valores sobre los que se sustenta la Francia republicana, pero también todo Occidente. En resumen, el sentimiento patriótico se construyó en oposición a un Ellos que era sinónimo de opresión, y se fundamentó en la acción de un Nosotros que tuvo efectos emancipadores. Esa pequeña revolución trasladó a Occidente a la modernidad y dio a los franceses un motivo justificado para amar a su patria.

Lo curioso del asunto es que la revolución americana fue previa a la francesa, pero tuvo y tiene idéntica significación para el pueblo estadounidense, con el añadido de que en este caso se construyó un nuevo Estado-nación de facto, frente a un escenario de reconstrucción del caso francés. El caso del mito estadounidense, erigido sobre la opresión de una metrópoli que negaba toda voz a la colonia pero que le exigía el pago de los mismos impuestos que a provincias con voz y voto, explotó en el motín del té de 1774, y dos años más tarde en la guerra de Independencia. Nuevamente, no fue un relato de vino y rosas, y hubo muchos muertos. Pero los efectos negativos nuevamente son incapaces de distorsionar un relato de liberación y empoderamiento de un pueblo hasta convertirlo en un Estado-nación. Igual que en el caso francés.

El caso español.


Las diferencias de la construcción nacional de España saltan a la vista respecto a los casos anteriores. El franquismo trató de inculcar el mito de la reconquista apelando a una lógica similar a la de los casos anteriores, en la que el pueblo español se sublevaría del yugo árabe y reconquistaría el territorio perdido en una campaña que duraría varios siglos y que culminaría con el matrimonio de los reyes católicos y con la expulsión de Boabdil. Un nosotros contra ellos en toda regla. Pero ese relato tiene numerosas fallas. Para empezar, la uniformidad de la futura España de los reyes católicos distaba de ser una realidad cultural durante las distintas fases de la reconquista. Lo que sí existía era una pluralidad de reinos, a menudo enfrentados entre sí por disputas menores. El único elemento vertebrador de la Iberia no islamizada era la religión, es decir, el cristianismo. Por tanto, no es verdad que hubiese un "nosotros". Pero es que tampoco existió un yugo de opresión sobre los cristianos en terreno árabe, y aunque las leyendas sobre la coexistencia pacífica de ambos pueblos bajo gobierno musulmán son solo eso, ni por asomo se llegó a la situación de absoluto sometimiento como a la que llegaron los reyes católicos con la amenaza de expulsión o conversión del pueblo judío al cristianismo. Por tanto, tampoco es verdad que hubiera un ellos con la suficiente entidad. Queda claro que el nosotros contra ellos, en el caso de la reconquista, es demasiado endeble. Quizás por esa razón, o quizás por que la fiesta ya estaba asentada, se mantuvo como fiesta nacional el día de la Raza, que se convertiría ya en tiempos constitucionales en el día de la Hispanidad. Y en esas estamos. Con un mito equívoco que tiene diversas lecturas contrapuestas y que parece no casar demasiado bien con un sentimiento patriótico que sea compatible con la ciudadanía cosmopolita que exige el siglo XXI.

Propuesta alternativa al día de la Hispanidad: el 2 de mayo.


No hace falta rebuscar demasiado para encontrar en nuestra historia un acontecimiento que pudiese ser usado como sustitutivo del día de la Hispanidad para mayor orgullo de todos los españoles: el 2 de mayo. Efectivamente, el levantamiento del 2 de mayo nos relata la voluntad de un pueblo por emanciparse de la invasión y posterior opresión externa napoleónica, por lo que contiene los ingredientes básicos necesarios de todo mito fundacional. Y lo hace siendo capaz de hacerlo sobre los valores adecuados para así erigir una identidad nacional de la cual sentirse orgulloso todavía en el siglo XXI. En ese sentido, resiste la prueba del algodón: la prueba del tiempo. Y por ello constituye un mito adecuado de cara a construir una nación verdaderamente moderna en lo emocional.

Los fusilamientos del 3 de mayo, de Goya.



El principal problema que tiene el considerar el 2 de mayo como un nuevo mito fundacional español  y un candidato idóneo para celebrar la fiesta nacional es que es incompatible tanto con las repetidas restauraciones borbónicas como con el hecho palmario de que hoy en día vivamos en una de ellas. Simplemente es incompatible con el statu quo actual, aunque no lo sería en el caso de una hipotética tercera república. Y no puedo cómo imaginar, excepto para los sectores más reaccionarios de la sociedad aliados con la monarquía, cómo no sería capaz este relato de generar en esas hipotéticas condiciones consenso entre todas las sensibilidades de la sociedad. Desgraciadamente, no se dan las condiciones de posibilidad para ello.


Volviendo a Catalunya. Una sospecha: el nacimiento de un nuevo mito.


Al inicio de estas líneas comenté cómo las celebraciones oficiales de ayer por la fiesta del doce de octubre podían leerse en clave catalana. No creo que esto sea baladí ni un ejercicio ocioso consistente en introducir con calzador el pie en el zapato. La evolución del conflicto en Catalunya vivida durante las últimas semanas arroja una deriva preocupante: la progresiva conformación de dos relatos fundacionales nuevos absolutamente contrapuestos para dos sensibilidades distintas, la catalana y la española. La catalana será objeto de otra entrada —porque da para hablar largo y tendido—, por lo que me centraré en los elementos básicos de este nuevo relato fundacional español que ha sido capaz, desde los estadios más iniciales de su conformación, de movilizar al pueblo español y significar un empuje renovado de su orgullo patriótico. Y esto pudimos contemplarlo ayer en Madrid (también en la movilización de Barcelona) y con anterioridad en otros puntos de la geografía española.

Los elementos nuevos de este relato tienen como puntos cardinales la Constitución de 1978, la deriva independentista entendida como ofensa a la soberanía nacional iniciada por el Parlament de Catalunya los días 6 y 7 de septiembre de 2017, un nosotros partidario de ese orden constitucional y un ellos entendido como la representación de la ciudadanía independentista, esto es, la Generalitat.

A partir de estos elementos el relato se construye por sí solo: tras la promulgación de la ley de transitoriedad por el Parlament violando muchas de las garantías básicas de la oposición y del propio reglamento de la cámara, el Independentismo inicia una deriva cuya hoja de ruta, a priori, tendría como siguientes metas volantes el Referéndum del día uno de octubre y la declaración de Independencia oficial unos días más tarde cuando el president Puigdemont leyese los resultados definitivos al Parlament. El hecho de que por el momento la declaración de Independencia no se haya materializado, dejándola en un coitus interruptus, no disimula la agresión básica al orden constitucional producida los días 6 y 7 de septiembre, y de la cual las agresiones posteriores son solo meras consecuencias. Y es que la ofensa básica ha sido a la soberanía nacional del pueblo español.

El artículo 2 de la Constitución dice que la soberanía nacional, que reside en el pueblo español según el artículo 1, es indisoluble. Esto es tanto como decir que el pueblo español es también indisoluble. Por tanto, los intentos de una de sus regiones de decidir su libre adhesión o no al resto del Estado son intentos que, de producirse, violarían la soberanía nacional, pues violarían el principio de que han de ser todos los españoles los que decidiesen la cuestión.

Así pues, dejando claro el marco que la Constitución delimita como legal y establecida la deriva soberanista de la Generalitat, la reacción no ha tardado en producirse. Los cuerpos y seguridad del Estado, bajo órdenes de la judicatura, han tratado de paralizar por todos los medios disponibles la puesta en marcha de la hoja de ruta Independentista. Recordemos a la Policía nacional incautando impresoras y papeletas en las vísperas del 1-0, el aparato policial represivo desplegado el propio día de la consulta, las imputaciones al mayor de los Mossos Trapero, las imputaciones a los líderes de la ANC y Omnium Cultural, las detenciones preventivas de miembros del Govern.

Destacamentos de la policía nacional destinados a Catalunya despedidos entre vítores.

Todas estas acciones han tenido un sorprendente respaldo popular en España. Recordemos cómo se despidió a los Guardias Civiles y a los Policías Nacionales desde numerosos puntos de la península cuando fueron destinados a Catalunya al grito de "A por ellos, oé", cual soldados destinados al frente de batalla. O la asistencia masiva a convocatorias ciudadanas programadas con el objetivo de apoyar al aparato del Estado frente al desafío independentista. O el apoyo a la estrategia del gobierno en la imposibilidad de un diálogo toda vez que los representantes del Govern no sean detenidos o cesen en sus pretensiones. O, sin ir más lejos, la masiva asistencia al desfile de ayer, signo de apoyo incondicional al ultimátum que el rey dio a los Independentistas en su declaración pública de la semana pasada. Por ello, se está construyendo un Nosotros que está aunando numerosas voluntades y que está expandiendo el orgullo español hasta límites que, en democracia, sinceramente, no habíamos presenciado.


El problema consustancial de este relato: un enemigo de Schrödinger.


El principal problema de este relato lo constituye la última pata de la mesa, es decir, el ellos, los Independentistas. Se asume acríticamente que la intervención del Estado ha de ser con respecto a sus representantes. Y esto es curioso. Se entiende que el pueblo catalán ha sido engañado, obnubilado y finalmente secuestrado. Está cautivo. En última instancia, el procés es una cosa de cuatro locos (sic) que han engañado a la ciudadanía catalana a través de mentiras, de unos medios de comunicación manipulados y de un sistema educativo diseñado para adoctrinar. Por ello, eliminados de la ecuación los representantes, el pueblo será nuevamente libre. El problema de este planteamiento es que es tremendamente ingenuo. Es terriblemente condescendiente con la mayoría social independentista, y la trata como menor de edad en el mejor de los casos y, en el peor, como sometida a una especie de hechizo o encantamiento. Esto es ridículo y no tiene en cuenta que detrás de esos cuatro locos (sic) posiblemente vendrán más detrás de ellos a satisfacer las demandas de la masa social a la que representan. En último término, y éste es el verdadero punto débil de este relato, no se es consciente de que el ellos, en realidad, no hace referencia a esos cuatro locos (sic), sino al pueblo que hay detrás y que se pretende liberar. Los catalanes independentistas no pueden constituir al mismo tiempo el nosotros y el ellos del relato, y todo intento de solución de esta contradicción, arroja resultados negativos.

Y con todo, este relato se está asentando entre la ciudadanía española. No es de extrañar que, a pesar de las muestras de apoyo a los catalanes no-independentistas, la catalanofobia esté en máximos y subiendo, y sea correlacionable con el aumento del sentimiento patriótico español. De hecho, están yendo de la mano el uno con el otro. Cada estelada que se ve en la tele espolea a un español a sacar su rojigualda. La paradoja es que se saca la rojigualda con vistas a combatir a un enemigo que se quiere integrar a la fuerza en el conjunto del país. Un enemigo que es enemigo y no es enemigo al mismo tiempo. Un enemigo de Schrödinger.

Repitiendo viejos vicios.


Recordemos el principal problema del mito fundacional de la Hispanidad. Dijimos que se lo entendía como el acto de transmisión de una tradición cultural y de conocimientos, una especie de romanización hispánica de América pero, al mismo tiempo, ese relato se contraponía al que presentaba la hispanización de América como un acto genocida. Ambos relatos tienen parte de razón. El problema es que si aceptamos que la visión crítica tiene buenas razones detrás, resulta intolerable para el ciudadano del siglo XXI la asunción de ese relato como fundamento del orgullo patriótico español. Dijimos a su vez que había una alternativa disponible encima de la mesa: el 2 de mayo, que es un relato que acerca el orgullo español al orgullo de otros países con sólidos fundamentos contrastados. Pero también lo descartamos por motivos coyunturales: es incompatible con la restauración borbónica en la que nos encontramos. Y hemos presentado la sospecha de que se está gestando un nuevo mito fundacional que está alimentando el viejo orgullo patriótico español. Sus consecuencias están aún por ver, pero en la medida en que considera un ellos, el enemigo, que es al mismo tiempo un nosotros, no estamos del todo seguros la viabilidad y la racionalidad del mismo. Tampoco es que estos aspectos sean muy importantes en la conformación de un nuevo mito fundacional. A fin de cuentas un mito fundacional es un relato con efectos no tanto racionales como emocionales. El problema radical es que aquí nos encontramos con un mito pensado para preservar la unidad de España que, lejos de ese objetivo, parece alimentar inexorablemente su disolución. Y esto, querida lectora, no es un problema menor. En otras palabras, es un problema mayor.

No hay comentarios

Con la tecnología de Blogger.